Capítulo 4: "Caramelo"

Alessandro llegó a su habitación en otra de las salas de los camarotes Vip, la principal y más cara de las habitaciones. Ganada por su propio papel de dueño de todo el crucero Starlight. A penas entró prendió un cigarrillo y luego varias velas por toda la sala.

—¡Su aroma no se va! —dijo apretando una de las velas hasta partirla entre sus dedos. La cera cayó en su dorso y el cálido goteo le hizo apartar la mente de Sara. Luego olió su propia mano con la que la había tocado y se dejó perder en ese recuerdo.

La sangre que ella había bebido era especial, demasiado y muy cara. También el arma perfecta para atraer a un alfa y cualquier otro lobo que no estuviese enlazado.

Alessandro se dio un baño para quitarse el sudor de aquella mujer de su cuerpo y trató de despejar la mente. Pero solo veía a Sara cuando cerraba los ojos.

—Si no puedo borrarte de mi cabeza, debo asesinarte, pequeño conejo —susurró él al agua que caía por sus cabellos.

Se vistió con un traje negro y puso sus anillos de oro. Luego preparó un maletin y miró la hora en su reloj.

El juego estaba a punto de empezar y debía eliminarla en la primera ronda para hacerla su esclava.

💋♠️💋♣️💋

Alessandro entró con dos guarda espaldas a un salón donde todos llevaban máscaras blancas.

Las cortinas cortaban la luz del exterior con recelo y los candelabros antiguos desprendian un calor sofocante. Aun así, el viento corría por las rendijas sin hacer evidente lo primero. Clase bañada en rojo y dorado. Se respiraba opulencia.

Las personas portaban trajes elegantes y refinados menos una figura apartada en una esquina. Era esa maldita pelirroja que resaltaba por su aroma, solo su aroma y la capacidad de verse como una presa en un estanque de tiburones.

Él llamó la atención de todos al entrar. Incluso la mujer rubia de antes se acercó a él con una máscara de plumas y enseñando los ojos ámbar bajo los agujeros de cubierta. Se sentía confiada ahora que había probado el cuerpo del dueño del crucero. Las ideas de poder no paraban de revolotear en su cabeza.

—¿Una copa, Sandro? —dijo ella con un tono seductor. Su escote estaba exponiendo sus grandes pechos operados.

Él rechazó la copa, le gustaba mantenerse claro ante las apuestas. Aquí era todo o nada.

—No, Laurence —respondió él y le pasó la copa a uno de sus guardias.

—Una lástima, la noche aun es joven, querido —dijo ella y se enganchó a su brazo, pero fue apartada y él avanzó solo por la sala para sentarse en una esquina. Despachó incluso a sus seguidores.

La música clásica invadía el local y las mesas estaban dispuestas alrededor del escenario, era como un teatro con poca pero selecta audiencia.

Sara no sabía mucho que hacer, pero él la pudo ver hablando con un hombre que se le acercó para tratar de lograr algo.

"¿Cómo no?, si siempre lleva esas ropas provocativas", pensó Alessandro y mantuvo su mirada fija en él.

Todos, todos estaban vueltos locos con su aroma. Era una conexión inexplicable que obligaba a todos a abordarla.

Las luces se apagaron y el telón se abrió, dejando ver a un hombre enmascarado y con atuendos de dealer.

—¡Bienvenidos a la primera noche de juegos del crucero Starlight! —dijo esa figura con una amplia sonrisa que daba miedo—. Es un juego donde las apuestas iniciales empiezan con los cien millones de dólares.

Al decir eso, Sara escupió la bebida de vuelta a su vaso. Algunos se rieron de ello.

—Con ese vestido tan pobre, seguro no tiene ni para cubrir esa apesta —dijo Laurence entre risas para que todos le escuchasen.

Sara la miró y sonrió.

No, no tenía para cubrirlo.

Aun así, no se retiraría y sabía bien que apostar.

—El primer juego de hoy es muy sencillo, mis estimados participantes —dijo el hombre del escenario y reveló un cuadro cubierto por una tela roja—. Tras este manto hay un número del uno al diez. Pueden apostar cuál es. Quienes lo acepten se llevan el dinero de los demás y quienes pierdan, pues... ya saben.

—¿Hay algún requisito para saber el número? —dijo Laurence ante la incógnita sin sentido. Solamente parecía ser algo de suerte.

—No, no puedo dar más pistas. Solo deben adivinarlo. Ahora, hagan entrega de sus apuestas. Jovencita, usted no dejó una tarjeta a la que cargar los gastos. Debo pedirle que se retire —dijo el de la máscara a Sara.

Ella salió del fondo de la habitación y colocó la copa en la mesa. Luego sonrió.

—Sí tengo con qué pagar. Ofrezco mi alma si pierdo. Acepto ser esclava de quien gane en caso de que yo pierda —dijo Sara llena de valor, aunque en su interior le temblaba cada célula.

Nadie pensaría que existía la posibilidad de que perdiese con esa astucia en su voz.

Alessandro solo pudo mirar con más atención a esa figura diminuta y sin clase, esperando saber cual seria su movimiento.

—Permíteselo —sentenció Alessandro D’amont y sus palabras eran órdenes en este juego.

"Me dejas muy fácil el deshacerme de ti, pequeño conejo", pensó él.

—Bien, tienen diez minutos para averiguar el número —dijo el presentador y las luces se prendieron para revelar con claridad la sala.

Todos estaban nerviosos y hablando entre ellos suposiciones. En cambio, Sara se mantuvo en una esquina sin decir palabras mirando a todos.

Alessandro se dejó ganar por la curiosidad y fue hasta ella con una copa nueva.

—Pequeño conejo, será divertido verte salir de aquí arrastrada —le dijo él, entregando una copa y viendo lo diminuta que se veía ante su imponente figura.

—¿Seguro de que perderé? —dijo Sara tomando la copa y mirando la sala—. Podría decirte el número, si tienes miedo.

—Te haré un favor —le dijo él y se inclinó hacia el oído de ella, la tomó por la cintura y en su oído susurró—. Es el ocho.

La piel de Sara se extremesió ante el tacto de los labios de aquél hombre en su lóbulo. No pudo evitar contraer el estómago al recordar lo intenso de estas últimas veinticuatro horas tras ese encuentro descabellado en el callejón.

—Te haré yo un favor —le dijo ella tomándolo de la corbata y rozando el cuello de Alessandro con su nariz en un suave movimiento qué buscaba provocarlo—. Es el dos.

Tras decirle eso, ella se alejó por el salón y se dispuso a escuchar las conversaciones de todos.

Apuestas, ella fue dealer muchos años. Cambiar el número sería sencillo, solo debían saber a cual había apostado menor cantidad de gente y reescribirlo con una pegatina.

Por ello debía saber, a cual número le apostaría la menor cantidad de personas. Debería descubrir a cual le apostaría Alessandro y ese, no sería ni el ocho ni el dos.

—¿Listos? —dijo el señor de la máscara y comenzó a contar los votos. El menos marcado fue el diez. Las esquinas las personas las evitaban más. Daba la sensación de que el azar siempre caía en el medio, por eso el número uno y el diez fue escaso.

Sara levantó su copa en señal de saludo a ese Alfa, el cual no pudo asegurar si ella jugaría o no al dos, pero le gustaba esa confianza.

—De los cuarenta participantes tenemos tres ganadores al diez. ¡Alessandro D’amont, Dorian Carlvery Y Sara Torres! —gritó el presentador sorprendido del último nombre.

Para Alessandro ganar no era algo difícil, pero ahora ella lo había igualado en su juego.

Sara lo miró con una sádica sonrisa y levantó la copa en el aire para él. Le advertía que no era una simple conejita.

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