17

El cuerpo sana más rápido que el alma.

Eso es lo que aprendí en las noches posteriores a mi caída.

La herida en el muslo ya no ardía como un castigo divino. La fiebre bajó, las vendas se secaron, y las marcas moradas se fueron difuminando con el paso de los días.

Pero dentro de mí, algo seguía inflamado.

No era dolor físico.

Era otra cosa.

Como un hueco… pero con forma. Como si alguien hubiera sacado algo de mí con las manos desnudas.

Después de que Aiden me rescató —una palabra que odio más de lo que debería—, me llevaron de vuelta al campamento, entre susurros y miradas cruzadas.

Sobreviví.

Cumplí la prueba.

Y eso les quemaba la garganta más que si hubiera fracasado.

Aiden no me habló.

No una palabra.

Durante el día, me ignoraba como si fuera aire.

Como si no me hubiese cargado entre sus brazos, sangrando, apretada contra su pecho.

Pero por las noches…

Él venía.

Entraba en silencio, sin anunciarse.

Se sentaba en la silla de madera, al borde de mi cama.

No me tocaba.

No decía nada.

S
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