SERENA
—Bien. Déjalo entrar —dije mientras me levantaba de la cama.
En cuanto abrí la puerta del vestíbulo, su aroma almizclado con toques cítricos me golpeó, enviando una sacudida directa a mi estómago. Ya estaba girado hacia mí, su figura ancha y poderosa llenando el umbral. Cuando nuestras miradas se encontraron, el aliento se me quedó atrapado en la garganta.
—No esperaba que vinieras hoy —comenté mientras me paraba frente a él.
Me miró fijamente durante unos segundos antes de sacar su teléfono y mostrármelo.
—Te mandé muchísimos mensajes anoche. Veinte llamadas perdidas. Tu teléfono estaba apagado —dijo, su tono revelando su enfado.
La preocupación inundó su rostro antes de ser rápidamente reemplazada por una máscara de molestia. Levantó su teléfono, la pantalla mostrando su registro de llamadas.
—Intenté llamarte toda la noche —dijo con voz grave—. Cincuenta mensajes. ¿Tu teléfono estaba apagado? —preguntó, fulminándome con la mirada—. Estaba muy preocupado, Renata. Por eso vine