El viento fresco recorrió los campos altos de la manada Luna Llena mientras Isabel caminaba junto a algunas de las mujeres más ancianas. Iba erguida, con la cabeza alta, los hombros rectos, el vientre creciendo orgulloso bajo su vestido ajustado, los cabellos mecidos por la brisa como si el mismísimo firmamento quisiera posar sobre ella.
Ya no era la prisionera que había sido, ni la víctima, ni siquiera la fugitiva. Era la Luna y, sin embargo, las miradas de algunas eran cuchillos afilados disfrazados de sonrisas.
—Qué rápido se ha acostumbrado al lugar, ¿no? —Susurró una de las mujeres más viejas a otra, creyendo que Isabel no escuchaba.
—Pobre Gloria… —Añadió la otra, con pena en su voz. —Ella fue quien sostuvo todo cuando el alfa se fue y ahora la destierran por una humana embarazada.
—Por una humana que seguro manipuló al alfa con ese hijo. —Remató una tercera, frunciendo los labios.
Isabel los escuchaba, cada palabra, cada cuchillada disfrazada, pero no se detuvo.
Aprendió a sang