Desde hacía semanas, el ambiente se sentía tenso, cargado de silencios sospechosos, de miradas que se desviaban rápido cuando alguien se atrevía a cruzarlas con Ares. La traición no era un rumor, era un hecho que crecía como la podredumbre en el corazón del bosque. Nadie lo decía en voz alta, pero todos lo sentían: algo estaba a punto de romperse y nadie esperaba el ataque.
Ni siquiera Ares, que había anticipado traición política, susurros en la oscuridad, movimientos de Gloria entre las sombras o alguna emboscada diplomática disfrazada de consejo, pero no esto, no una rebelión armada y desatada en plena oscuridad.
El primer rugido rasgó el aire cuando media docena de guerreros rompieron la formación nocturna y se abalanzaron sobre los centinelas de la entrada. No eran meros disidentes, eran soldados entrenados, hermanos de sangre que habían compartido con ellos tantas lunas y que ahora les arrancaban la vida sin remordimiento.
Henrry fue el primero en reaccionar. Con un gruñido bruta