El aire estaba cargado, no de tensión, sino de verdad. Por primera vez en mucho tiempo, Isabel no se escondía detrás del enojo, y Ares no se cubría con su fachada de lobo imponente. Eran dos personas rotas intentando recoger pedazos que ni siquiera sabían si encajaban.
Ares la observaba como si estuviera frente al borde de un abismo, pero no dio un paso atrás. Si iba a caer, caería de frente.
Isabel entrelazó las manos sobre su regazo, mirándolas con fijeza y respiró hondo.
—¿Sabes qué es lo peor? —Empezó, con la voz ronca, acelerando al extremo el corazón de Ares. —Que te sigo amando. —Su confesión no fue dulce, fue una puñalada. —Y te odio por eso, porque mientras tú me rompías, mi maldito corazón seguía latiendo por ti como un idiota. —El silencio que siguió fue espeso, cortante, cada palabra suya era como un alfiler clavándose en la carne viva.
Ares cerró los ojos con fuerza. Cada palabra suya lo desgarraba, había esperado odio, rabia, reproches… pero escuchar amor en esa mezcla l