El susto había pasado, las emociones descubiertas y las cosas estaban algo silenciosas...
El desayuno estaba servido en una bandeja cuidadosamente dispuesta sobre la pequeña mesa de la habitación del hospital. Jugos naturales, pan recién hecho, fruta, algo de avena, nada extravagante, pero hecho con esmero. Incluso el aroma cálido del café llenaba el aire, envolviendo el ambiente con una sensación de hogar que contrastaba con la frialdad impersonal de las paredes blancas.
Había detalles pequeños que delataban el esfuerzo silencioso detrás de esa bandeja: la servilleta doblada con cuidado, la mermelada en un pequeño cuenco de cerámica, no en uno plástico. Como si alguien hubiese querido convertir aquel cuarto estéril en algo parecido a un refugio.
Isabel tomó la taza con manos temblorosas. No temblaban por miedo, no esta vez; era otra cosa: cansancio, confusión y emociones mezcladas que le revolvían el estómago más que cualquier náusea del embarazo. Como si dentro de ella hubiese una t