Henrry no sabía cuánto tiempo más soportaría ver el cuerpo de Lucía inerte en aquella cama.
Cada día era una tortura.
La contemplaba en silencio, esperando que su pecho se alzara un poco más profundo, que sus párpados temblaran apenas, que sus labios se movieran para pronunciar su nombre, pero ella no volvía. Ni una señal. Ni una pista. Solo el silencio.
El silencio y el hueco que su ausencia dejaba en su pecho y, aunque al principio se aferró a la paciencia, ahora… ahora ya no podía más.
—¡Estoy harto de esperar! —Gruñó, levantándose de golpe frente al consejo de Ares, Isabel y Nyssara. —¡Hemos hecho todo y ella sigue atrapada! Voy a salir ahora mismo a buscar a los responsables. Voy a arrancarles uno por uno los hechizos que le metieron. ¡Voy a quemar ese malditø culto desde sus cimientos si hace falta!
—¡Henrry! —Isabel se puso en pie, interponiéndose. —¡No! ¿Y si mueres? ¿Y si ese sacrificio no cambia nada? Ella no necesita que arrases el mundo. ¡Lucía, necesita que la esperes!
—¡