Lucía observó el collar durante largos minutos, sin mover un músculo. El ópalo vibraba de forma casi imperceptible, como si respirara, como si tuviera alma. Su alma.
Intentó soltarlo, dejarlo caer al suelo y aplastarlo con el pie, pero los dedos no le respondieron. El contacto con la piedra le producía una sensación de hormigueo que le subía por el brazo y se alojaba en el pecho, justo donde ese ardor extraño seguía latiendo.
Finalmente, se dio la vuelta y lo escondió debajo de la almohada de su lecho de piedra. No sabía por qué lo hacía, solo no podía romperlo.
Esa noche no durmió. Pensar en esos ojos grises que sentía odiar, en ese cabello negro, en su voz y en todo lo que él poseía, la estaba volviendo loca.
Ellos la traicionaron, la dejaron al borde de la muerte y ahora la secuestraron para explotar sus poderes. ¿Por qué debe estar pensando en ese lobo patético que repugna?
Su corazón, como siempre, falló tras ese pensamiento y eso la confundió mucho más. ¿Por qué se sentía como