El eco del portazo resonó como un martillazo dentro del pecho de Henrry. Permaneció inmóvil unos segundos, con la respiración entrecortada, como si el simple sonido de su voz, de su nombre negado, lo hubiese desgarrado por dentro.
Lucía o Nyra, como insistía en llamarse, se removía inquieta sobre el lecho de piedra. Las cadenas reforzadas por las runas no le impedían moverse del todo, pero sí evitaban que canalizara cualquier energía destructiva. Aun así, su mirada era una tormenta.
Henrry salió al pasillo sin decir más. Ares lo esperaba allí, apoyado contra la pared, los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—¿Cómo fue? —Preguntó sin rodeos.
Henrry sacudió la cabeza, su voz se quebró.
—No me reconoce o peor… me ødia. —Ares cerró los ojos un momento. Su mandíbula se tensó, pero no dijo nada. Había esperado ese resultado, había querido tener fe, pero la realidad era un muro contra el que ya se había estrellado muchas veces. —¿Crees que fue lavado de cerebro? —Preguntó Henrry. —¿O realmen