La noche cayó como un manto húmedo sobre el castillo del Este. El viento silbaba entre las torres, llevando consigo presagios que se colaban incluso por las grietas del alma. Era una de esas noches que parecían hechas para las pesadillas, donde hasta la luna se escondía tras nubes inquietas.
Lucía permanecía sentada en el alfeizar de su habitación. La piedra encantada colgaba entre sus dedos, suspendida por un hilo casi invisible, pero que pesaba como una cadena.
Ese collar era una sentencia.
Henrry se lo había dado sin exigir nada, sin una palabra de presión, solo un “tal vez lo necesites”. Pero desde que lo sostenía, sentía una presencia constante, como si algo la vigilara desde el fondo de sus recuerdos.
Una punzada se alojaba en su sien cada vez que lo miraba, y un nudo en el estómago se tensaba al tocarlo. No era miedo lo que sentía… era algo peor: familiaridad y eso le revolvía el alma.
—“Un recuerdo”, dijo. —Murmuró con sarcasmo.
Apretó la piedra con fuerza y nada sucedió. Su m