El sol se alzó entre las montañas como una bendición. Por primera vez en semanas, la manada despertó con risas en lugar de gruñidos, con esperanza en vez de temor.
Los cantos de bienvenida llenaban el aire, los árboles eran adornados con cintas plateadas y flores silvestres. La sala del círculo ancestral, ese mismo lugar donde tantas veces se había invocado poder y guerra, ahora se vestía de fiesta.
Era el día del bautizo lunar.
Los herederos del trono, los hijos del Alfa, los pequeños que habían nacido en medio del caos… recibirían por fin su nombre bajo la luz del primer amanecer desde su nacimiento.
Isabel, aún pálida por el parto, vestía una túnica blanca bordada a mano, con símbolos lycan y runas antiguas que hablaban de protección, amor y unión. Ares, con su vestimenta ceremonial negra, mantenía a uno de los bebés en brazos, mientras Isabel sostenía al otro. Eran tan pequeños, pero ya con la fuerza viva en la mirada. La esencia del linaje palpitaba en ellos.
Henrry y Lucía se ac