El rugido de guerra aún resonaba en las paredes montañosas cuando Ares cruzó los portales.
Su corazón martillaba con violencia, no por la sangre derramada… sino por las vidas que estaban por llegar.
Isabel, sus hijos, su luna al borde del abismo, y él, incapaz de respirar hasta verla sonreír nuevamente.
—¡Sala lunar, ya! —Rugió Ares mientras el caos vibraba a su alrededor como una bestia sin rostro.
Nyssara abría camino con su magia antigua.
Lucía mantenía una esfera protectora alrededor del cuerpo de Isabel, que jadeaba y se retorcía entre sus brazos.
—¡No… no puedo! —Gritaba ella entre lágrimas. —¡Duele… me quema!
—¡Sí, puedes! —Respondió Lucía, apretando su mano. —¡Vamos, hermana! ¡Tú puedes con esto y más! —La animó, pero el caos alrededor era brutal, bestial y crudo.
—¡Los portales están inestables! —Gritó un guardián. —¡Se están colando más criaturas!
—¡Ciérrenlos! —Ordenó Henrry, desenvainando su espada y enfrentando a las criaturas que intentaban interrumpir el nacimiento de l