—¿Crees que puedes hablarme así como si nada, ser inferior? —Ladró Ares furioso, con el tono profundo vibrando en el aire, como si una tormenta estuviera por desatarse en su pecho.
—No te imaginas las ganas que tengo de partirte la cara. —Espetó Lucía con los dientes apretados, cruzando los brazos con fuerza sobre el pecho, dejando que cada palabra destilara veneno. —No sé qué clase de jueguito enfermo te traes con Isabel, pero juro por Dios que si la has lastimado o amenazado para que permanezca a tu lado… te destruiré. —El aire estaba tan cargado que parecía que una chispa bastaría para incendiarlo todo.
Ares, ni parpadeó. La miraba como quien observa a un cachorro ladrando frente a un lobo. Su postura relajada era solo fachada, por dentro, era puro hielo, la respiración controlada, el pulso, un tambor batallando en sus sienes. No era ella el problema, no era esa humana que no entendía nada. El problema era lo que sus palabras arrastraban, lo que desenterraban en él.
—No sabes nada