El sonido del motor era el único que llenaba el silencio. Ares conducía con la mandíbula tensa, las manos aferradas al volante, como si eso fuera lo único que lo mantenía en pie.
Isabel estaba al lado de Lucía, rígida, los ojos fijos en el camino, pero sin mirar realmente. El temblor en sus dedos la delataba.
Lucía iba en el asiento trasero, sin hablar, como un volcán contenido.
La conversación pendiente flotaba entre Ares e Isabel como una herida abierta. Hasta que ella ya no aguantó más.
—Quiero que olvides lo que hablamos. —Dijo de pronto, sin mirarlo, su voz afilada como era costumbre. —Olvida lo que te dije, olvida lo que sentí. Todo fue un error, porque ahora que vamos a tu mundo, voy a estar cerca de tu verdadera esposa. De Gloria y no pienso ser la segunda opción de nadie. —Las palabras le dolieron más a ella que a él, pero no iba a dejarlo ver, no iba a ceder, no otra vez. —Solo estoy haciendo esto por el bien de nuestro hijo. —Ares desvió los ojos del camino solo un segundo,