El eco de las palabras de Briana aún flotaba en el aire, envueltas en falsa humildad, mientras sus rodillas tocaban el suelo y su rostro mostraba una súplica calculada. El temblor de sus labios era el de una actriz al borde del aplauso final, buscando redención ante un público que, por desgracia para ella, ya había visto demasiado detrás del telón.
Isabel estaba a un suspiro de caer en ese engaño. Parte de ella… la parte rota y necesitada, quería creerle. ¿Quién no quería recuperar a su madre, incluso después de todo? Había algo perversamente cruel en la forma en que la necesidad de amor convertía en espejismos los peores engaños. Su madre seguía siendo su madre, aunque ese vínculo fuera como un cuchillo oxidado: cortaba y dejaba infecciones que costaban una vida entera limpiar.
Iba a abrir la boca, a decir algo. Tal vez solo un “mamá”. Quizá una rendición parcial, un “no sé” dicho con la voz rota, pero entonces, una sombra se adelantó, imponiéndose con autoridad entre Briana e Isabel