Kaeli convocó a todos: capitanes, escribas, testigos, aliados, incluso a los emisarios del Rey. La plaza se llenó de rostros que sabían que ese día no se trataba de justicia solamente, sino de memoria, de poder, y de qué historia quedaría escrita cuando todo terminara.
—Hoy no se juzga a un hombre —dijo Kaeli desde la piedra central—. Hoy se juzga una estructura. Y si la verdad nos cuesta aliados, que así sea. Pero que nadie diga que la manada se escondió.
Daryan estaba a su lado, con la lista de nombres implicados. Lyara y Nerissa habían preparado las runas de protección. Kethra había dispuesto barcos en la bahía, por si alguien intentaba huir. Mirelle trazó rutas de escape para los testigos. Y Lero, desde el Monasterio, envió una carta: “El tribunal está listo. Que la verdad camine hasta nosotros.”
La primera en declarar fue Isolda, la exiliada de las runas. Se colocó frente a la piedra y mostró los moldes recuperados de Mereth.
—Estos no son herramientas —dijo—. Son rituales. Cada