La madrugada estalló con un viento rugiente que agitó las lonas del campamento como un ejército invisible. Los hombres lobo de Volkov, aún sacudidos por la ceremonia de nombres que se celebrara la noche anterior, emergieron de sus tiendas con el pulso firme y el corazón latiendo con un extraño compás: ansiedad por la próxima confrontación y un deseo profundo de aferrarse a lo que habían construido entre sí. En ese claro teñido de niebla y salvia, la manada se acomodó en semicírculo ante Kaeli y Daryan, que alzaron la voz para marcar la ruta hacia el Paso del Aullido, donde se esperaba que convergieran las fuerzas de la Orden del Velo Carmesí con los lobos sin juramento que se negaban a la redención.
—Hoy partiremos con el amanecer —anunció Kaeli, su mirada de acero y ternura recorriendo a cada hermano—. No seremos olas sueltas, sino un solo torrente. Pero recordad: llevamos en nosotros más que armas. Llevamos nombres.
Un murmullo de aullidos auténticos respondió al llamado. No era un