La luna se alzó esa noche con una forma distinta. No era redonda. No era creciente. Era fracturada. Como si el cielo mismo se hubiese quebrado para anunciar lo que estaba por suceder.
En la cima de la mansión Volkov, Kaeli permanecía de pie sobre la piedra del Alfa, con el colgante roto brillando como si aún estuviera entero. A su alrededor, los lobos guardianes se habían reunido sin ser convocados. Tharos, Luneth, y otros que nunca se mostraban en público. Incluso Veyra, la loba de sangre antigua que había jurado silencio desde la Guerra de los Tres Pactos, se encontraba allí, con los ojos encendidos.
—¿Están listos? —preguntó Kaeli.
Tharos gruñó.
—No estamos aquí por ti. Estamos aquí porque tú eres el llamado.
Kaeli cerró los ojos.
Y aulló.
No como loba.
Como Kalei.
*
En los clanes del norte, donde las lunas altas gobiernan sobre los vientos helados, el sonido llegó como un temblor. En la Fortaleza de Neryth, los sabios del clan Aelthorn se levantaron de sus rituales nocturnos.
—¿Lo