73• Hasta que perdió eso también.
Me quedé en silencio, con la vista perdida en las gallinas que seguían picoteando el suelo sin preocuparse por nada, pero mi mente estaba a kilómetros de allí. Nunca se me había ocurrido que una de las razones por las que Dean se aferraba tanto a la idea de ser papá fuera esa: intentar recuperar algo que había perdido. Siempre pensé que era un deseo intenso, casi obsesivo… pero distante, sin forma. Y ahora, de pronto, ese deseo tenía un nombre. Tenía historia. Tenía cicatrices que todavía sangraban.
No podía juzgarlo. No después de todo lo que acababa de entender. Yo no sabía lo que significaba perder un hijo. No tenía idea de ese tipo de vacío. Pero la imagen de él desmayándose en el hospital, el terror absoluto en sus ojos, la forma en que agarró mi mano como si la vida dependiera de ello… empezaba a sentirse diferente. Ya no era solo miedo. Era trauma. Era dolor vivo, incrustado en lo más profundo de su pecho.
—¿Cuándo fue? —me atreví a preguntarle a Domenica, con la voz reducida a