Capítulo 62. Frustración
Me deslicé fuera de la mansión en las horas previas al amanecer, antes de que el sol de la ciudad asomara por completo. La casa estaba sumida en el silencio pesado de la noche, un silencio que ya no prometía paz, sino la llegada inminente de la guerra.
Me moví con el sigilo aprendido de meses de vivir un secreto: cada paso en la escalera era medido, cada giro de la maleta era amortiguado para no hacer ruido.
No vi a nadie y me fui como pude. Abajo, el taxi que había pedido discretamente me esperaba. El taxista, un hombre somnoliento, me ayudó con la maleta grande de cuero. Me monté sin mirar atrás. Mi corazón golpeaba, ya nada reemplazaba el miedo.
Mi destino no era el aeropuerto directamente. Fui a un hotel discreto a las afueras de la ciudad, un lugar con habitaciones con cortinas gruesas y anónimas, para esperar la hora en que saliera mi vuelo. Estaba sola, exhausta y envuelta en una tristeza tan pesada que apenas podía respirar.
Al entrar en la habitación, aparté la mirada del bot