Capítulo 30. Placer y control
Me acerqué al lecho, mis dedos rastreaban la superficie de uno de sus gruesos postes; el trabajo de talla era de una exquisitez que me dejó asombrada.
—Respóndeme, ¿qué te parece? —exigió Alejandro, su voz ahora con un velo de dulzura que no lograba ocultar la intensidad.
—¿Eres tú el que ejerce el control, o te sometes a él?
Hizo una mueca sutil con la boca, una expresión que no pude descifrar: ¿se divertía o mi honestidad lo había aliviado?
—¿Control? —Parpadeó con lentitud, sopesando su respuesta—. Adoro que las mujeres sean controladas por mí.
Aun así, no me cuadraba.
—Interesante, ¿qué sentido tiene mi presencia aquí?
—Te elijo a ti. Lo deseo.
—Ah.
Caminé hacia la esquina opuesta de la habitación, palpando el banco acolchado que llegaba a mi cadera. La piel era suave, un contraste brutal con la idea que acababa de asimilar: a él le gusta infligir placer y dolor. La noción me hundió en una tristeza repentina.
—¿Eres un sádico?
—Soy un Dominante.
Sus ojos grises se transformaron en