Valeria
El olor me golpea primero: hueso hervido, sal rancia y metal quemado. Si el infierno tuviera un taller, olería así. Mis sentidos se alarman sobremanera, no sé qué esperar de este lugar. Solo el olor remueve algo dentro de mí que no sé explicar.
Royer levanta la lámpara, con cuidado. La luz cae sobre una mesa cubierta con trozos de hueso tallado. Agujas, varas, fragmentos con runas que parecen moverse si uno los mira mucho tiempo. Sí, definitivamente es escalofriante. ¿Quién ha podido armar todo esto?
—¿Ves esto? —pregunta, señalando una espiral grabada en el centro—. Es la misma marca de la vara que encontramos en la casa de los monjes.
—Sí. Pero esta tiene doble línea —respondo, inclinándome—. La interior está hecha con sal adulterada.
Toco con el guante y la sal se deshace como polvo de vidrio. No es sal común. Es un compuesto. Una mezcla que reacciona con calor y sangre. Lo he visto antes, en rituales de control mental. No augura nada bueno para nosotros.
—No me gusta —murm