Capitulo 7

Era uno de esos días en los que el cielo parecía detenido, con nubes pesadas flotando sin prisa y una luz grisácea filtrándose apenas por los ventanales altos de la torre ejecutiva. Alan se encontraba sumido en su propio mundo, el sonido tenue del aire acondicionado era lo único que acompañaba el silencio profundo de su oficina. No había música, ni voces, ni siquiera el zumbido usual de actividad en los pisos cercanos. Solo la estática de sus pensamientos.

La oficina estaba tenuemente iluminada por las lámparas de escritorio. Cada rincón proyectaba sombras largas y densas, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Las paredes de madera oscura y estanterías repletas de documentos reforzaban esa sensación de aislamiento. Todo allí olía a cuero, papel viejo y una pizca del café que alguien —probablemente Maritza— había dejado sobre una bandeja sin recoger.

Alan permanecía sentado tras su escritorio de roble macizo. Tenía los hombros tensos, los dedos tamborileando un ritmo irregular s
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