La mañana siguiente en la empresa. Las oficinas del piso ejecutivo estaban envueltas en un silencio sereno, casi respetuoso, como si todos los presentes supieran, sin saber cómo, que algo invisible flotaba en el aire, algo delicado, íntimo, imposible de nombrar sin romperlo.
El sonido de los tacones de Maritza sobre el piso fue lo único que interrumpió aquel ambiente contenido. Llevaba un pantalón negro de pinzas, una blusa blanca de seda que acentuaba la firmeza de su postura, y su cabello, esta vez recogido en una trenza, oscilaba ligeramente con cada paso. Aun así, algo en ella se veía distinto. No su ropa, no su peinado. Era su andar… más suave. Su mirada… más luminosa. Como si dentro de ella hubiese amanecido de verdad.
Alan la esperó en su oficina, sentado tras el gran escritorio de nogal oscuro. Había llegado antes de lo normal. Se había duchado, peinado, vestido con esmero. Camisa gris, reloj de acero, el rostro rasurado. Parecía el CEO imponente que todos conocían. Pero había