Sofía Vargas guardó silencio, apoyando el mentón en la mano derecha mientras observaba a Carmen Soto con aire indolente.
De vez en cuando alzaba la mirada, como una gata persa, distinguida pero relajada.
Carmen estudió con detenimiento la expresión de Sofía. Al verla tan serena, tan imperturbable, no pudo evitar apretar los puños.
«De acuerdo, Sofía, maldita», pensó. «Disfruta tu momento ahora, que pronto te quedarás sin palabras».
«A ver qué cara pones cuando vean que no tienes propuesta. Sin eso, ¿qué vas a valer tú ante el gerente?».
Carmen caminó hacia el frente con seguridad y aplomo, la barbilla ligeramente alzada, como un gallo de pelea, muy valiente y con aire triunfal.
A Sofía la escena le pareció sumamente cómica.
Cuando Carmen conectó la memoria USB al computador y el contenido de la propuesta apareció en pantalla, un destello de comprensión cruzó los ojos de Sofía.
«Lo sabía».
«Era Carmen quien le había robado la propuesta».
Sofía apenas reaccionó; se limitó a alzar una cej