Sofía bajó la mirada y vio que Alejandro le había acercado un poco de cada caldo en vasitos. Incluso se había tomado la molestia de quitarle la cebolla picada, que a ella no le gustaba.
El gesto le hizo sentir calidez.
Sostuvo el tazón entre sus manos y se quedó mirando a Alejandro fijamente.
Él se sintió un poco incómodo.
—Come, ¿por qué te me quedas viendo?
—Es que estás muy guapo.
Lo dijo sin pensarlo, y al escucharla, su madre no pudo evitar reírse.
El sonido de la risa hizo que ambos se sonrojaran hasta las orejas.
Lorena continuó riendo.
—Ay, por favor. Llevan tanto tiempo casados, ¿y todavía se ponen así de penosos como si fueran recién casados? Mira nada más, qué rápido se te ponen rojas las orejas.
El comentario los hizo sentir un poco fuera de lugar.
Después de todo, tenía razón. ¿Cómo era posible que les diera tanta pena después de todo el tiempo que llevaban juntos?
Sofía siguió comiendo, pero no sin antes fulminar con la mirada a Alejandro, que estaba a su lado.
Él se qued