—Claro, mamá. Ya me voy, entonces. Si necesitas cualquier cosa, me llamas.
Lorena les hizo la señal de OK con la mano y los vio salir de la habitación.
Una vez que desaparecieron de su vista, se quedó con la mirada perdida en el tazón que tenía enfrente.
No era que no hubiera notado la incomodidad de Sofía; en realidad, no quería enfrentarlo. No quería que sus hijas terminaran como enemigas, pero tampoco sabía cómo resolver la situación.
Solo de pensarlo, se volvió a sentir agobiada.
Sus hijas, en el fondo, eran un reflejo de ella. No solo tenían un carácter fuerte, sino que también eran muy orgullosas. Ninguna estaba dispuesta a ceder ante la otra; de lo contrario, el problema tendría una solución sencilla. Bastaba con que una de las dos dejara su orgullo a un lado y admitiera su error para que todo se arreglara.
Al pensar en eso, no pudo evitar suspirar.
En ese momento entró su asistente y la encontró suspirando, agobiada. Como su asistente personal, su primer instinto fue intentar a