Se preguntó si estaba exagerando o si Alejandro no había resuelto sus asuntos del pasado.
Sin embargo, frente a los dos hombres, Sofía optó por ocultar lo que sentía.
Respiró hondo y, con una sonrisa que no le llegaba a los ojos, miró a Alejandro.
—Está bien, ya entendí. No te preocupes, voy a saber manejar esto.
Los guio hasta su carro.
Ya en camino, Mateo pidió que se detuviera.
Ella lo miró, confundida.
—¿Qué pasa? ¿Por qué quieres que pare de la nada?
Sonrió.
—No puedo llegar a ver a la directora con las manos vacías. Tengo que llevarle algún detalle, por cortesía.
Comprendió al instante. Le sorprendió el gesto; no se esperaba que fuera tan considerado.
En ese momento, la voz de Alejandro rompió el silencio.
—Ya estamos a medio camino, ¿dónde piensas comprar algo ahora?
—Aun así, no pienso llegar con las manos vacías.
Se mantuvo firme en su postura.
Rio con sarcasmo.
—Yo tampoco pensaba hacerlo. Ya me encargué de eso antes. Mi asistente lo va a dejar en el hospital; me estará esper