Cuando Sofía se levantó, vio a Jimena sentada a la mesa, mirando a Alejandro con ojos brillantes.
—¡Vaya, Alex! ¡No puedo creer que hoy vaya a probar otra vez algo hecho por ti! ¡Cómo lo extrañaba!
Jimena continuó con teatralidad:
—No tienes idea, la comida que sirven en el extranjero es simplemente espantosa, casi imposible de tragar.
—Nada como estar en casa, y más con tu comida, Alex.
Alejandro, sin embargo, mantuvo una expresión serena.
—No toques nada. Espera a que Sofía se levante para comer.
Jimena hizo un gesto, pero ante su mirada, no tuvo más remedio que dejar, de mala gana, el trozo de huevo estrellado que ya tenía en el tenedor.
Por el rabillo del ojo, vio la figura de Sofía.
La recién llegada no dijo nada; simplemente se quedó allí, observando la escena como si fuera una espectadora ajena a todo.
Jimena, en cambio, se acercó a ella y, fingiendo familiaridad, la tomó del brazo.
—Cuñada, mira cuántas cosas ricas preparó Alex. Ya no te enojes, ¿sí?
—Si me preguntas, cuñada, l