Pero Alejandro ya no caía en sus juegos; con una expresión distante, le dijo:
—En un par de días, cuando te hayas divertido lo suficiente, te regresas.
—¿Me estás corriendo?
Jimena lo miró, incrédula, con la sorpresa pintada en toda la cara.
Se conocían desde niños, una amistad de años. ¿Acaso ahora, ya no importaba nada?
Pero Alejandro no se dejó influenciar; se mantenía firme en su decisión.
Esta vez, por más que Jimena intentó con cariños y ruegos, él no dijo ni una palabra.
Al final, la discusión terminó con ella molesta y cada uno por su lado.
A Alejandro se le quitaron las ganas de desayunar, tomó su saco y se fue.
Desde la llegada de Jimena, sentía la necesidad de reconsiderar su relación con Sofía; no podía seguir tomándosela tan a la ligera.
Jimena observó cómo se marchaba, apretando los puños lentamente, con los ojos que casi se le salían de la rabia.
No entendía qué artimañas habría usado Sofía. Ya se portaba tan altanera, y para su sorpresa, Alejandro seguía dispuesto a ced