Mateo Solís notó que Sofía estaba extraña y siguió su mirada.
Una joven de apariencia inocente y vivaz, como una mariposa, se abalanzó a los brazos de un individuo alto.
—¡Alex, sabía que vendrías!
La muchacha corrió hacia Alejandro y se echó en sus brazos mientras gritaba, el cariño en sus ojos era imposible de ocultar.
Entre el bullicio de la gente, la pareja se abrazaba como si nadie más existiera.
Parecía una escena de película, hermosa y conmovedora.
Sofía sintió cómo sus manos, a los costados, se apretaban lentamente, y sus labios se contrajeron sin que se diera cuenta.
Esas dos personas abrazadas eran su esposo y una desconocida.
Al ver la escena, no sabía bien qué sentir.
«Entonces, ¿ella era esa mujer idealizada de Alejandro?»
Y sí, hacía honor a esa imagen. Era hermosa y parecía tan pura, como una princesita ingenua que no conociera las maldades del mundo.
La ternura en la mirada de él era algo que Sofía rara vez veía.
Su aura solía ser fría; mucha gente que lo conocía decía