Alejandro contempló el delicado lóbulo frente a él; el deseo bullía en su interior, incontenible.
Sin más, inclinó la cabeza y tomó el lóbulo entre sus labios, mordisqueándolo con suavidad…
Acariciaba la espalda de Sofía mientras su imponente figura se cernía sobre ella.
Los gemidos entrecortados de ella se derramaron, solo para ser silenciados por sus labios, en un beso que se profundizó, volviéndose una caricia íntima y prolongada…
La intimidad entre un hombre y una mujer siempre tiene ese poder de seducción, casi adictivo.
Aquel encuentro apasionado había sido, después de todo, la consecuencia natural de su atracción.
***
Al día siguiente, Sofía despertó con el cuerpo molido; sentía una tensión dolorosa, sobre todo a los costados de la cintura.
Miró a su lado: él ya no estaba.
No pudo evitar murmurar para sus adentros:
—Qué bárbaro.
Consiguió lo que quería, se vistió y se largó sin decir ni pío. Quién sabe qué urgencia tendría.
Se levantó de la cama, dispuesta a buscar algo de ropa