Alejandro comentó con indiferencia:
—En vista de la situación, este negocio...
No terminó la frase, pero el señor Ramírez y el señor Valencia, hombres de mundo, captaron al instante su intención.
Así que, mirando a Sofía, dijeron:
—Señorita Vargas, aceptamos las condiciones que acaba de proponer. ¿Trajo el contrato? Podemos firmarlo ahora mismo.
—Sí, aquí está.
Sofía todavía se sentía un poco desconcertada por el giro de los acontecimientos.
Incluso cuando tuvo el contrato en sus manos, la situación le parecía irreal.
El resto de la cena transcurrió con tranquilidad para ella; sin embargo, para el señor Ramírez y el señor Valencia, la imponente presencia de Alejandro convirtió cada bocado en una experiencia insípida, como si masticaran cartón.
A él, no obstante, aquello le tenía sin cuidado. Había acudido esa noche con un único propósito: respaldar a Sofía.
Si ni él mismo se atrevía a importunar a su esposa, ¿cómo iba a permitir que aquellos tipos insignificantes la molestaran?
Con est