Sentir los cuidados esmerados de Alejandro la conmovía; decir lo contrario sería mentir.
Solo que, entonces, Sofía recordó su libreta de notas y aquel ideal amoroso. Su corazón volvió a agrietarse.
No entendía de dónde surgía esa sensación.
Recordó aquel afecto discreto que había mantenido oculto en lo más hondo de su ser, sin atreverse jamás a confesarlo.
Alejandro bajó la mirada hacia los mechones de la joven frente a él, tratándolos como si fueran un tesoro invaluable, con movimientos delicados y una expresión cargada de esmero.
Esas manos, que a diario firmaban contratos por proyectos multimillonarios, en ese instante se dedicaban a secarle el cabello a Sofía.
Si Raúl llegara a presenciar esta escena, seguramente pensaría que el mundo se había vuelto loco.
Para cuando él terminó de secarle el cabello, ella ya había resuelto su debate interno.
Fuera como fuese, Alejandro era ahora su esposo.
Mientras él no cruzara ciertos límites, no se entrometería en sus asuntos con otras personas