Devon
Había llegado el día y yo estaba ahí, de pie frente a la puerta. Vestía de negro con ropa que no era mía y que me quedaba un poco grande. No era lo peor; lo peor estaba al otro lado de esa puerta blanca, impecable, que me separaba de la escena para la cual me había preparado, aunque en realidad no quería enfrentarla.
Cuando por fin reuní el valor suficiente, posé la mano sobre la manilla y la giré despacio. Apenas había cedido un poco cuando la puerta se abrió de golpe y me dio directo en la frente, obligándome a retroceder con un gruñido.
—Devon, lo siento —dijo Sarah al verme frotar la frente. Sus ojos estaban hinchados y las lágrimas resbalaban por sus mejillas, quedándose como charcos que desafiaban la gravedad. La miré solo un segundo y bajé la vista. Su dolor era demasiado, y yo no era tan fuerte como aparentaba. Llevaba un vestido negro que se ajustaba sobre su vientre. Estaba descalza, con los zapatos de charol en la mano.
—¿Estás bien? —pregunté, aunque la respuesta era