Marcus se quedó en silencio por unos minutos. Yo no lo pude soportar. El silencio en esa habitación era un monstruo invisible que se sentaba entre nosotros, empujando mis pensamientos hacia rincones oscuros.
—¿Te duele algo? —pregunté, acercándome a su cama. Él negó con la cabeza sin dejar de mirar por la ventana. Su rostro estaba tranquilo, pero en esa quietud había algo inquietante, como si su mirada se internara más allá del paisaje, en un horizonte al que yo no tenía acceso.
—Estaré listo para volver al trabajo pronto —aseguró, con una convicción que me pareció prestada.
Me forcé a sonreír.
—No te preocupes, no ha habido mucho movimiento desde tu accidente —le expliqué, dando más pinceladas a aquella mentira que había pintado con tanta torpeza—. Puedes volver cuando te sientas mejor.
Él giró lentamente el rostro hacia mí. Sus ojos tenían la claridad inquieta de alguien que busca el suelo en medio de un naufragio.
—¿Qué era exactamente lo que hacía? —preguntó con calma, aunque la t