Alessandro
La encontré en la biblioteca del ala este. No era una sorpresa. Parecía ser el único lugar de la casa, aparte de su suite, donde se sentía cómoda. Estaba sentada en un sillón de cuero junto a una de las ventanas, con un libro grueso sobre su regazo. La luz de la tarde entraba a raudales, iluminando las motas de polvo que bailaban en el aire y creando un halo alrededor de su cabello oscuro.
Por un momento, me quedé en el umbral, observándola. Había una quietud en ella que me resultaba a la vez útil e inquietante. Se adaptaba a la casa como si fuera parte de su arquitectura silenciosa. Desde nuestra boda hacía tres días, apenas la había visto. Se movía por la casa como un fantasma, dejando apenas rastro de su presencia. Era exactamente lo que había querido: una esposa que no interfiriera.
Y sin embargo, su misma discreción era una especie de desafío. No hacía preguntas. No se quejaba. Simplemente existía. Me encontraba pensando en ella en momentos extraños, preguntándome qué