Trato de negocios

Ariadna lloraba desconsoladamente. Caminaba de un lado a otro, con el teléfono en la mano, marcando una y otra vez el número de Máximo sin obtener respuesta. La desesperación le oprimía el pecho.

—Debes calmarte, belleza —murmuró David, abrazándola con fuerza.

Pero él también estaba al borde del colapso. No podía verla así. Por eso, en un gesto desesperado, tomó su teléfono y llamó a Hubert Della Croze, suplicándole ayuda.

—Ubica a tu sobrino, te lo ruego. Decile esto de mi parte: si devuelve a la niña con su madre, juro que no volveré a ver a Ariadna —dijo con la voz quebrada.

David la amaba con toda su alma. Por eso se había alejado; no soportaba verla sufrir, ni presionada, ni desgarrada por elegir entre su hija y él. Su amor era tan grande que estaba dispuesto a renunciar, si eso le devolvía la paz.

Pasaron cuarenta y ocho horas de angustia, llamadas sin respuesta y noches sin dormir. Hasta que finalmente, David recibió una respuesta.

—Está en Italia —le dijo a Ariadna—. Máximo se
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