Tres hombres custodiaban la extensa propiedad. El silencio de la madrugada era espeso, apenas interrumpido por el zumbido de los grillos. Ariadna dormía profundamente, al igual que Máximo , a pocos metros de su habitación. Afuera, Alejandro Gutierrez y un escuadrón de oficiales rodeaban la hacienda con precisión En un movimiento rápido, redujeron al personal. En medio del forcejeo, alguien disparó al aire.
El estallido del tiro quebró la calma.
Máximo se incorporó de un salto, alerta como una fiera, tomo su arma. Escuchaba gritos, golpes. Instintivamente corrió hacia la habitación de Ariadna . Ella, ya despierta, abría las puertas de su vestidor.
—Vístete —le ordenó con firmeza—. Están entrando a la casa.
Ariadna no discutió. Tomó un vaquero y una sudadera, se calzó unos zapatos sin tacón. Máximo con su arma en la mano la miro.
—¿Lista? —le preguntó, sin soltarla con la mirada—. Intentaremos llegar al parque. Escúchame bien, Ariadna corre y escóndete. No importa lo que escuches,