Ariadna miraba por la ventana. Llevaba dos días sin salir de su habitación. ¿Cómo había permitido que las cosas llegaran a ese punto? No se atrevía a darle la cara a Máximo .
Apoyó una mano sobre sus labios. El recuerdo de sus besos la perseguía. Sentir su cuerpo sobre el de ella, su calor, su deseo… ¿Qué iba a hacer con Máximo ? Se obligó a mirar su alianza. Aquella noche, fue precisamente ese anillo el que la detuvo de cometer una locura. Lo vio brillar en su mano y entonces empujo a Máximo y salio corriendo.
—¿Por qué demonios dejé que me besara? —murmuró con rabia contenida.
Observó por la ventana: una de las camionetas abandonaba la propiedad. Decidió bajar. Tarde o temprano tendría que enfrentarlo. El mayor problema era que no entendía lo que sentía.
Tomó dos carpetas de la pila de documentos que Franco le había dejado. Un nombre resaltaba y tenía incluso su propia carpeta. Bajó las escaleras con decisión, como si al moverse lograra apartar el torbellino de emociones que la inv