Ariadna regresó a su casa cuando el sol ya comenzaba a esconderse tras los árboles del jardín. La brisa cálida de la tarde se filtraba por las amplias ventanas, trayendo consigo el aroma fresco del campo. Al ingresar, se encontró con el abogado esperándola en el salón junto a Daniel Petri.
—Señora Della Croze —la saludó el abogado, haciendo una leve inclinación—, me complace informarle que ya liberaron a varios de sus custodios.
—Qué alivio —respondió Ariadna , dejando caer su bolso sobre una de las butacas de terciopelo—. ¿Y Máximo ?
—Seguramente mañana —explicó el abogado con tono prudente—. Enfrenta cargos por resistencia a la autoridad, pero no será nada grave. Mañana prestará declaración y, si todo sale como esperamos, será liberado.
Ariadna asintió, sin ocultar la tensión que se le acumulaba en los hombros.
—¿Y mis camionetas? ¿Las armas? ¿Cuándo podré recuperarlas?
—En estos días. Acabo de presentar todos los comprobantes de compra. Las camionetas fueron adquiridas hace tres s