ADRIANO
Entrar a la oficina aquella mañana se sintió distinto.
No era el mismo hombre que había entrado tantas otras veces con el peso del mundo sobre los hombros. Esta vez había una sonrisa en mis labios, una calma extraña en el pecho.
Dalia lo sabía.
Lo había visto en mi peor versión, con las manos ensangrentadas, mostrando el rostro que nadie debía ver… y aun así, me abrazó. Me dijo que me amaba. Me eligió.
Ese pensamiento me bastaba para que cualquier sombra desapareciera.
Cerré la puerta tras de mí, colgué la chaqueta y avancé hacia el despacho, pero no llegué a sentarme. Gael estaba allí, apoyado en el escritorio, con los brazos cruzados y la mirada fija en mí.
—¿Qué pasa? —pregunté, arqueando una ceja.
Él no sonrió.
—Me enteré que ayer te atacaron.
Lo supe al instante.
—Lía te contó.
Asintió despacio.
—Me contó que estabas con Dalia. ¿Estás bien?
Respiré hondo, acomodándome la corbata.
—Estoy bien. Ella también.
—¿Ella lo vio, verdad? —preguntó con esa mirada inquisitiva que po