DALIA
Entré a la empresa con una sonrisa nerviosa, cargando la bolsa del almuerzo. Sabía que Adriano estaría ocupado, pero aun así me emocionaba sorprenderlo con algo preparado por mí.
Apenas crucé la recepción, lo vi. Adriano salía de la sala de reuniones, impecable en su traje oscuro, con esa mirada fría que siempre usaba en el trabajo. Pero en cuanto sus ojos se encontraron con los míos… todo cambió.
—¡Mi flor! —exclamó con una sonrisa peligrosa que derritió mi corazón.
En un segundo estaba frente a mí, rodeándome con sus brazos fuertes y levantándome del suelo. Giró conmigo en el aire, riendo bajo, y antes de que pudiera protestar, me besó con pasión.
—Al fin llegaste. Te extrañé tanto.
Sentí cómo mis mejillas se encendían, sobre todo porque todo el personal nos observaba con los ojos como platos. El CEO implacable, el hombre temido por todos, estaba besando a una mujer como si nada más importara.
—Hola, mi amor… —murmuré, todavía roja.
Él tomó la bolsa con el almuerzo y me abrazó