SARA BLACKSTONE
El aroma del caldo llenaba la habitación del hospital.
Valerio se veía mucho mejor: el color había vuelto a su rostro y las ojeras empezaban a desvanecerse. Las vendas ya no se veían tan gruesas, y por primera vez en días, sus ojos tenían brillo.
Me senté frente a él con una bandeja.
—¿Por qué no acompañaste a Adriano? —preguntó mientras yo removía la sopa—. Tus nietos salían hoy del hospital.
Sonreí.
—Porque tenía suficiente ayuda. Alessandro y Jacke fueron con él, y en casa están Alessia y Susan. En cambio tú… estás solo. Más ratito iré a cambiarme y los veré.
Valerio me observó con esa mirada cálida que todavía me descolocaba.
—Gracias, Sara. Gracias por quedarte.
—No tienes que agradecerme —le respondí con suavidad—. Eres mi paciente… y además, después de todo, te debo una.
Él sonrió, ladeando la cabeza.
—No digas eso, por favor.
Le serví una cucharada.
—Vamos, come. Necesitas ponerte fuerte.
Valerio obedeció sin discutir, y por unos minutos, el silencio fue cómodo