Volviendo a casa.
Llegar a la mansión fue como respirar por primera vez en días.
Aún olía a pintura y a madera nueva. Las paredes relucían, las ventanas eran nuevas y los escombros habían desaparecido. Gael, Noah y Paolo habían hecho milagros en tres días.
Noah y Paolo estaban en la entrada, revisando planos en una tableta, mientras Gael daba órdenes a los últimos trabajadores.
Paolo fue el primero en vernos: yo con una sillita de bebé, Jacke con otra y Alessandro, a regañadientes, cargando la tercera. No podía dejar sola a Dalia ni por un segundo, así que la traía tomada de la cintura ayudándola a caminar, por mí la tendría en mis brazos, pero necesitaba llevar a mi pequeña Aurora en la sillita.
Paolo sonrió con esa cara de quien está por soltar una broma.
—Vaya, vaya… si no son los hermanastros Visconti que viene ahí.
—Cállate, idiota, o te rompo la cara —le respondí sin perder el paso.
Paolo se cruzó de brazos, divertido.
—¿Y con qué mano lo harás? ¿Vas a dejar a Dalia o al bebé para pegarme?
—Yo