ADRIANO
Dalia dormía entre mis brazos.
Su respiración suave acariciaba mi pecho, y cada tanto murmuraba algo incomprensible en sueños. Yo me quedaba quieto, sin atreverme a moverme demasiado, como si el mínimo gesto pudiera borrarla de mi lado.
Nunca me había sentido así. Ni siquiera cuando era un muchacho y creía que el amor era algo simple, una chispa que se encendía y se apagaba. No. Esto era distinto. Esto era fuego que me consumía por dentro y, al mismo tiempo, me llenaba de vida.
Hacer el amor con Dalia no se parecía a nada de lo que había vivido antes. Había tenido cuerpos, sí. Había tenido noches de lujuria, rostros anónimos, mujeres que me buscaban por mi nombre, por mi dinero o por el simple hecho de acostarse con alguien como yo. Pero nunca había tenido esto. Nunca había sentido cómo, con cada beso suyo, con cada gemido ahogado en mi boca, me estaba entregando más de lo que yo mismo creía tener.
Con Dalia no era sexo. Era entrega. Era mi alma arrodillada ante la suya. Era p