DALIA
Me despedí de Adriano con una sonrisa que me duró incluso después de que su auto desapareciera en la esquina. Entré al minimarket y enseguida sentí la mirada de mi jefa, que ya me estaba esperando detrás del mostrador.
—Vaya, vaya… —dijo con una ceja arqueada y esa sonrisa traviesa que le conocía—. El bombón no solo te viene a buscar, también te viene a dejar. Vamos bien, Dalia.
Rodé los ojos, aunque no pude evitar reír.
—Gracias, jefa.
—No me agradezcas, agradécele a la vida que te haya puesto a semejante hombre enfrente —replicó, haciéndome sonrojar.
Sacudí la cabeza y me puse a trabajar, organizando la vitrina con los pasteles que había llevado. La jefa me observaba de reojo con una media sonrisa, como si guardara un secreto que yo aún no sabía.
Cuando terminé, me despedí con un “nos vemos mañana” y salí del local. El aire fresco de la tarde me recibió, y comencé a caminar tranquila de regreso a casa, aún tarareando la bachata que había bailado más temprano con Adriano.
Enton