ADRIANO
No me quedé ni un segundo más en la oficina.
Mi cabeza ardía, mi respiración era un martillo constante en mi pecho.
La imagen de ese bastardo tocando a Dalia, haciéndole daño, intentando romperla… me estaba consumiendo.
No podía quitarme de encima el impulso de ir a buscarlo ahora mismo y dejarlo desangrándose en una cuneta. Pero Gael tenía razón: la muerte rápida era un regalo que Theo no merecía.
Iba a hacerlo pagar. Iba a ser lento, doloroso, y cada día que respirara sería un tormento que él mismo suplicara terminar.
Pero ahora…
Ahora necesitaba verla.
Apreté el volante todo el camino hasta su casa. El cielo empezaba a oscurecer, y las luces cálidas de la calle iluminaban su pequeño jardín de lavandas y dalias blancas.
Ella las había plantado. Con sus propias manos.
Y pensar que alguien le había hecho un daño terrible, mi Dalia, mi dulce Dalia había pasado por eso siendo solo una niña en manos de ese bastardo.
Me estacioné frente a la casa y bajé sin pensarlo dos veces. Cua