Todo lo que necesito eres tú.
ADRIANO
Después de molestar a Gael toda la mañana —porque sinceramente, no había nada más divertido que verlo sufrir por amor—, volví a casa.
La mejor parte de mis días siempre era esa: abrir la puerta y respirar el aroma a hogar, a paz, a Dalia.
Apenas crucé el umbral, el olor a comida recién hecha me envolvió. Caminé hacia el salón y la escena me robó una sonrisa:
Dalia estaba sentada en el piso, con el cabello suelto, jugando con Will; Valerio tenía a Alexander en brazos, dándole una especie de papilla; y mi madre acunaba a Aurora, murmurándole cosas dulces.
—Vamos, campeón, cómete toda la comida para que seas grande como tu padre —decía Valerio, con una paciencia que nunca imaginé en él.
Me quedé quieto un segundo, observándolos. Quién lo diría… Valerio, el hombre al que alguna vez quise matar, era ahora una parte importante de esta casa. Después de lo que hizo —proteger a mis hijos con su vida—, no podía seguir odiándolo. Podía haber salvado solo a mi madre… pero eligió salvarlos